jueves, 5 de mayo de 2016

Sanatorio de las Poyatas, Palomas

Ésta va a ser una entrada muy especial.

A los dos editores habituales de "Pequeña Arqueología" se nos han unido 28 chicos y chicas de 2º B del Instituto Santiago Apostol de Almendralejo.
Entre todos hemos decidido dedicar esta entrada al llamado Sanatorio de Las Poyatas, en Palomas (Badajoz), un lugar cercano que prácticamente todos conocían y lo suficientemente interesante para que haya despertado en muchos de estos chicos un cierto interés por descubrir nuevos lugares de esta tierra nuestra.

Una experiencia increíble. Gracias a todos. Con la excusa de aprender a editar un blog hemos vivido unas horas que no olvidaremos.

Pero empecemos, así nos ha quedado nuestra pequeña historia sobre Las Poyatas:


Para nuestra visita partiremos desde la localidad de Palomas. Un pueblo en el que destacan de entre sus tranquilas y limpias calles y plazas, su iglesia, de estilo mudéjar, un pequeño puente medieval y una pequeña presa de origen romana, a los que ya dedicaremos más tiempo en alguna otra ocasión.

A unos cuatro kilómetros de Palomas, junto a la carretera EX-212, dirección Almendralejo, llegaremos al lugar que es conocido por todos como el Sanatorio de las Poyatas, pero que además de sanatorio ha sido muchas, muchas, otras cosas.


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Construido a finales del siglo XIX, principios del XX, se cree que fue diseñado por el arquitecto sevillano Aníbal González, autor también de la Plaza de España de Sevilla.

Se trata de un palacete rural de estilo modernista que intenta adaptar sus formas a las de un castillo medieval. Sus primeros propietarios fueron los familiares del marqués de Valderrey, y simplemente se trataba de un lugar de ocio y recreo para dicha familia, de gran poder económico.

Originariamente contaba con 17 habitaciones y varios salones, todos ellos con chimenea, además de cuatro cuartos de baño y cocina, situados alrededor de un patio central, desde donde se accedía también a una capilla de gran interés artístico que aún se conserva.

Casi al final de la Guerra Civil, hacia 1938, el edificio fue cedido por la familia propietaria al Estado para ser utilizado como Sanatorio para enfermos de tuberculosis. Fue ampliado y redistribuidas sus habitaciones para poder adaptarlo como un centro sanitario. Nos consta que en 1940 ya había ingresados en tratamiento 111 personas. Fue usado como tal hasta la década de los sesenta, y así en 1960 aún tenía 81 pacientes ingresados. Poco despues regresó a manos de sus propietarios y quedó abandonado, pues prácticamente no volvió a ser habitado. Se desconoce el motivo de su abandono, y aunque se ha hablado en muchas ocasiones de darle algún otro uso, (el último proyecto del que hemos oido hablar fue convertirlo en hotel) nunca llegaron a materializarle las ideas propuestas.
Su interior, aunque deteriorado, aún se encuentra en un gran estado de conservación, sobre todo el edificio principal.




Como se observa en algunas de las fotos seleccionadas, sus paredes estaban decoradas con azulejos de cerámica sevillana, representando sobre todo escenas medievales de caza, de gran interés. Su salón principal está presidido por una chimenea de grandes dimensiones y para acceder a la segunda planta existía una escalera de mármol de Carrara hoy prácticamente desaparecida.
En su fachada destaca un torreón central y una hileras de almenas construidas sobre ella, junto a pequeñas torretas a modo de garitas en todas las esquinas, que le dan esa apariencia de castillo renacentista, decorada además con unas fantásticas gárgolas con aspecto de monstruos alados. Curioso es también que el edificio disponga de, exactamente, 365 ventanas. Para mirar el mundo cada día desde un lugar diferente.

Delante de la entrada principal existía un cuidado jardín con palmeras e higueras, en cuyo centro aún podemos contemplar un sencillo estanque.

En definitiva, un edificio que con el paso del tiempo se ha convertido en leyenda, lugar de fantasmas, gritos lejanos e historias olvidadas, de grullas y cigüeñas, y de campos solitarios.



Gracias chicos y chicas.
Y ya sabéis, os debo un viaje a alguna parte. 

lunes, 18 de enero de 2016

Castillo de la Encomienda o Castelnovo, Villanueva de la Serena


A unos 8 kilómetros de Villanueva de la Serena, colindando con la N-430, nos encontramos otro bello ejemplo de la arquitectura medieval en Extremadura, muy bien conservado, y de preciosa estampa, pero como en otros muchos casos, de propiedad privada, por lo que es muy difícil poder acceder a su interior y comprobar cual es su verdadero estado de conservación.


Por las fotos de Google Maps, se puede percibir que la parte más antigua se encuentra en parte derruida, aunque exteriormente se conserva extraordinariamente bien. El añadido posterior, la parte más nueva, como se puede observar, se encuentra en perfecto estado porque debe ser la zona ocupada en la actualidad por sus propietarios.

https://goo.gl/maps/qvnKjfGDNPu

Pero vayamos por partes.

Se trata de un castillo construido con posterioridad a la entrada de la Orden de Alcántara en la comarca de La Serena, aproximadamente hacia el primer tercio del siglo XIV, por lo que es una obra enteramente cristiana. Fue sede de una Encomienda, es decir, era el centro desde donde se organizaba el territorio de la Orden en la zona, y residencia del Comendador.



El cuerpo principal está formado por un edificio flanqueado por dos torres, una prismática y la otra circular, alrededor del cual se construyó una muralla muy próxima al edificio.


Hacia los siglos XV y XVI se amplió hacia el sur con una nueva edificación adaptada a la extensión de la muralla, y con un patio de armas. Es este nuevo edificio el que con los siglos se ha ido conservando en mejor estado y se encuentra habitado en la actualidad.


Lugar rodeado de leyenda (dicen que hace muchos años un joven conde que allí habitaba se enamoró de una sirena que se refugiaba en el recodo del Guadiana que pasa junto al castillo), de historia (dicen que está construido sobre la antigua alcazaba árabe de Mojáfar) y de naturaleza (dicen que en el largo invierno es el mejor lugar del mundo para observar el paso de las grullas y escuchar su agónico grito).